martes, 9 de mayo de 2017

La Pintura Barroca Española

TEMA 17. LA PINTURA BARROCA ESPAÑOLA: PRINCIPALES ESCUELAS. VELÁZQUEZ.-

Junto a la Literatura, la Pintura es posiblemente la aportación más importante y significativa del Siglo de Oro Español. El mecenazgo lo ejercerán la Corte de Madrid, las iglesias y conventos; ello incidirá en la preferencia por los temas religiosos.

La pintura española del Siglo de Oro muestra muchas relaciones con la Pintura Italiana y la de los Países Bajos. Domina la pintura al óleo, sobre lienzo, en formato de pintura de caballete, en ocasiones de gran tamaño. La preferencia por los lienzos de gran tamaño es por influencia de la Escuela Veneciana del siglo XVI.

La temática más abundante es la religiosa, sin embargo también aparecen ocasionalmente los temas mitológicos, la pintura de género, el bodegón, el paisaje y la pintura de Historia. Es muy frecuente el retrato, y especialmente los retratos de seres monstruosos o deformes.

Hay que decir que muchos de estos temas (especialmente los religiosos y mitológicos) se tratan como si fueran escenas de la vida cotidiana, como si lo personajes fueran gente normal de la calle, naturalismo, y a menudo el paisaje o el bodegón conviven con la escena de género, la religiosa o la mitológica en la misma obra. A menudo los modelos de la pintura española se caracterizan por su deliberada vulgaridad. Mendigos, pordioseros y seres deformes protagonizan con mucha frecuencia estas obras, clara influencia de Caravaggio.

Domina el color sobre el dibujo, aunque los colores no son brillantes ni estridentes. En ocasiones se pinta sin dibujar previamente, de forma rápida mediante manchas de color.

En la composición dominan las líneas diagonales que tienden a crear una composición movida y dinámica. Los mejores pintores como Ribera y especialmente Velázquez son maestros de las composiciones aparentemente “naturales” o casuales que en realidad están profundamente estudiadas. En esto Velázquez se muestra similar a Rembrandt y en su habilidad para que sus composiciones parezcan casi “fotográficas”.

El en estudio de la luz predomina el Tenebrismo, es decir, el contraste brutal entre la luz y la sombra. Esto ocurre durante la primera mitad del siglo XVII, posteriormente se aclarará la paleta y se eliminarán las sombras bruscas tanto en Velázquez como en Ribera.

La perspectiva lineal no se enfatiza aunque se respetan sus reglas. En el Barroco Español, y especialmente en Velázquez, domina la Perspectiva Aérea.

CARACTERES Y ESCUELAS DE LA PINTURA‑BARROCA ESPAÑOLA.‑

Hay una enorme abundancia de pintores en este siglo, por ello debemos hacer una selección importante. Asimismo podemos dividir la pintura española en escuelas:

ESCUELA VALENCIANA: Muy influida por el tenebrismo italiano gracias a las comunicaciones fáciles con Nápoles y Florencia.

FRANCISCO RIBALTA ( 1565-1628) Muy influido por el tenebrismo italiano y el clasicismo de Guido Reni. Su obra más conocida es Cristo abrazando a San Bernardo.

JOSÉ RIBERA (1591-1652).‑ Aunque es un pintor nacido en Valencia prácticamente toda su vida artística la realizó en Nápoles que era un territorio español. En Italia le denominaron "el Spagnoletto". Ribera es, en su primera época, uno de los grandes maestros del tenebrismo aunque es un gran colorista, sus negros son absolutos; posteriormente su paleta se irá aclarando. Prefiere las composiciones en diagonal y los escorzos como ejes compositivos y suele utilizar la luz para marcar dichas diagonales. Ribera es uno de los pintores más naturalistas del Barroco Español. Tiene preferencia por los personajes monstruosos, deformes y hasta cierto punto grotescos, sin embargo los trata con una gran humanidad, no pretende hacer burla de ellos, sino despertar en el espectador la piedad y la compasión. El contraste en sus obras entre forma y fondo es brutal.

De su poca tenebrista mencionaremos su Crucifixión, Apolo y Marsyas, Silenio Borracho o la Mujer Barbuda. Poco a poco su paleta se irá aclarando y dándonos unos fondos menos tenebrosos.

En el Martirio de San Bartolomé o San Felipe ( 1639) hay que destacar el aclaramiento del fondo, el violento esfuerzo de los sayones que se afanan en levantar el cuerpo o el dramatismo anterior al momento de la tortura. Dominan las líneas oblicuas que recorren el cuadro ( sogas, brazos...)

En el Sueño de Jacob ( 1639) hay un empleo sobrio del color y en el alejamiento del tenebrismo. Este cuadro revela interés en el estudio de la atmósfera en cuyo empeño quedará relacionado con Velázquez.
El Patizambo (1642) es un ejemplo de cómo Ribera trataba con gran compasión y dignidad a los personajes monstruosos o deformes. Nuevamente encontramos en El patizambo la importancia de la oblicua conseguida por el bastón.
Arquímedes (1630): Ribera muestra aquí un tremendo contraste entre la supuesta inteligencia del científico de la Antigüedad y el modelo elegido, probablemente un loco o un mendigo, cuya expresión está muy conseguida. El Tenebrismo es utilizado aquí para enfatizar el dramatismo de la representación. Este mismo contraste aparece en ciertas obras de Velázquez (Menipo, Esopo, etc.).
San Andrés (1630): El cuerpo de un San Andrés viejo cargando su cruz mueve a piedad, sobre todo si lo contrastamos con su resignada expresión. El Tenebrismo ayuda a dar tintes dramáticos a la escena y el contraste de luces y sombras acentúa las arrugas e imperfecciones del cuerpo.

Magdalena penitente ( 1637) de clara inspiración clasicista donde la modelo es su sobrina Margarita.

ESCUELA ANDALUZA

Los máximos representantes de la pintura barroca del XVII estaban relacionados, en su mayoría, con la ciudad de Sevilla por ser esta ciudad la de mayor población de la Península y concentrar en su puerto el comercio con América. Este negocio reclamaba la presencia de mercaderes enriquecidos, que ayudaban a crear un animado mercado artístico. Entre los más destacados representantes de esta escuela hay que nombrar a :

FRANCISCO DE ZURBARÁN (1598-1664).‑Tuvo sus mejores clientes en los conventos sevillanos y extremeños, sobre todo de dominicos y mercedarios, frailes de hábitos blancos. A pesar de haber trabajado en la Corte su horizonte parece que se limita con gusto a los temas monacales. Esta elección le separa al mismo tiempo de la pompa que caracterizaba a la pintura sevillana. Queda así Zurbarán como un pintor aparte de sus grandes contemporáneos, como un cantor de la religiosidad más severa y menos retórica, apoyándose en el uso del blanco y prescindiendo de los fondos arquitectónicos. Las figuras tienen una gran volumetría, mientras que la composición es excesivamente forzada y poco flexible.

Es autor de largas series de lienzos monásticos que constituyen su más conocida especialidad. Es el pintor de los monjes blancos: San Hugo en el refectorio es buen ejemplo del gusto del pintor por las composiciones reposadas, graves y sencillas. Es destacable su arte para pintar blancas telas de lana que con el tiempo se transforman en doradas. La austeridad de vida se manifiesta en los rostros de los cartujos que van a compartir su mesa frugal. Son destacables los diferentes blancos que desde los hábitos de los monjes, al roquete de S. Hugo y al mantel hay en el lienzo. Tiene algo de cubismo.

De tono más mundano debido a la riqueza de sus vestiduras, son sus bellos cuadros de santas. Desfilan en ellos con paso procesional, casi siempre con expresión devota, mostrándonos el símbolo de su martirio o santidad pero a veces con expresión que hace pensar en la costumbre de algunas damas de retratarse bajo la apariencia de santas. Su Santa Casilda es buen ejemplo de ello. La gran riqueza de su vestuario, la calidad de sus telas y el rostro que nos muestra un auténtico retrato, es buena prueba de ello.

Un género que Zurbarán cultivó con lograda perfección es el de bodegones (naturaleza muerta) en los que sabe imponer una sobria ordenación y logra una inimitable inmaterialidad a base de la luz blanca. Define un tipo de bodegón diferente a los flamencos o italianos, en los que aparecen multitud de viandas, frutas, caza, tremendamente glotones. Los de Zurbarán serán sobrios, simples y con un sentido del volumen y de la calidad de lo representado. Tienen entidad propia en la historia de los bodegones.

BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO. (1617-1682). Se adaptó al gusto imperante y plasmó una religiosidad familiar, tierna, fácil...Su mayor preocupación la constituye el colorido. En su juventud se dejó llevar por el tenebrismo. De esta época tenebrista crea obras que reflejan el ambiente de golfillos y mendigos de los bajos barrios sevillanos. En éstas no hay ninguna crítica social sino más bien una mirada idealizada hacia el mundo de la niñez.

Obra de gran éxito y muy divulgada es su Sagrada Familia del pajarito. Es una pintura llena de ternura, intimidad y normalidad familiar; la sagrada familia convertida en una familia sevillana.

Destacan numerosos cuadros religiosos que tienen como protagonistas a niños, como son sus El Buen Pastor, San Juan Bautista con el cordero, de colores cálidos y con un marcado aire vaporoso.

Sus Inmaculadas  de las que nos legó docenas, despertaban el amor fervoroso del creyente con sus formas blandas y ese aire inocente en el juvenil rostro de María y en el juego de los ángeles que ascienden a la Virgen.

JUAN VALDÉS LEAL (1622-1682) se encuentra en el extremo opuesto a Murillo, pues sus pinturas del Hospital de la Caridad de Sevilla (In ictu oculi y Finis gloriae mundi) representan alegorías de la muerte con una truculencia espeluznante. Es un pintor tremendista propio de una época de una religiosidad dramática y , un tanto, morbosa. Se recrea en temas con significaciones profundas y transcendentes, como la muerte, la fugacidad de la vida, la vanidad del triunfo...plasmados con una pincelada vibrante que juega con los contrastes lumínicos

ESCUELA MADRILEÑA: DIEGO DE SILVA VELÁZQUEZ.-( 1599-1660)

SU VIDA.‑ Nace en Sevilla en 1599. Pronto entra en diferentes talleres sevillanos de pintura. A los doce años lo encontramos con el maestro Pacheco, que no es un gran pintor, pero sí un hombre culto que se da cuenta enseguida de lo que tiene delante y que respetó profundamente la personalidad del genio. Casó a su hija con Velázquez.
En 1622, por influencia de Pacheco, el Conde-Duque de Olivares lo presenta en la Corte madrileña y su pintura entusiasma a Felipe IV que lo hará definitivamente su pintor de Cámara. Tenía el cargo de aposentador real, es decir, quien debía decorar las estancias de los diferentes palacios de la monarquía española. Por ello tendrá que viajar para comprar cuadros, entrevistarse con grandes pintores y, evidentemente, esto enriqueció su visión de la pintura. Se entrevistó con Rubens de quien aceptó consejos. En 1629 viaja por primera vez a Italia (Venecia, Vaticano, en Nápoles conoce a Ribera). En 1649 hace su segundo viaje a Italia. Debe comprar cuadros y estatuas para Felipe IV y retrata al propio Papa Inocencio X.

Este trabajo de aposentador real le quitaba mucho tiempo para poder pintar. En 1658, el Rey le ennoblece al concederle la Orden de Santiago. En 1660 debe ir en su cargo de aposentador real a la Isla de los Faisanes, en el río Bidasoa, donde se iba a firmar la Paz de los Pirineos entre Luis XIV y Felipe IV. Enferma por las brumas norteñas, regresando a Madrid, donde fallece a los pocos días.

Su vida es una vida metódica, tranquila, llena de éxitos desde el primer momento. Todo lo contrario del concepto "bohemio" que se ha tenido de los genios artísticos.

SU ARTE.- Ningún pintor ha contemplado la naturaleza y la ha interpretado con su admirable serenidad. Velázquez no gusta de contemplar la vida desde ese ángulo trágico ni espectacular, ni tan extremadamente realista a que nos tienen acostumbrados los pintores del Barroco. En este sentido es poco español y andaluz. Cuando retrata a un pobre contrahecho, no se acerca a él con esa curiosidad del naturalista ante el "monstruo de la naturaleza". Sabe mantenerse a la distancia en que las lacras, sin dejar de ser vistas, no repugnan. Cuando trata un tema mitológico, prescinde de su contenido espectacular, y nos lo narra con un lenguaje que todos puedan entender. Tiene un fino sentido naturalista sin estridencias y convierte sus cuadros en espejos portentosos donde el pintor se limita a reflejar la escena de la realidad.

Sus composiciones son muy complicadas en la época de juventud, pero en su edad madura hay una naturalidad que nos hace pensar en la realidad misma sorprendida por el pintor.

Sus primeras obras están dentro del tenebrismo, pero hacia 1630 comprende que el tenebrismo no es sino una primera etapa en el gran problema de la luz. La luz no sólo ilumina los objetos sino que nos permite ver el aire interpuesto entre ellos. En suma, se da cuenta de lo que llamamos perspectiva aérea y se lanza decididamente a su conquista. Al abandonar el tenebrismo aclara su paleta. En sus viajes a Italia conoce la escuela veneciana y asimila los colores fríos y plateados de Veronés, Tintoretto y el Greco.

También cambia su factura (forma de aplicar la pintura). En su primera época la aplicará de una manera lisa, de grosor uniforme. A partir de 1630 esa pasta de color se va desentendiendo del anterior sentido escultórico y piensa en el color mismo vivificado por la luz y en el efecto que, visto a distancia, produce en nuestra retina. Esto culmina en Las Meninas y en el paisaje de la Villa Medicis, donde se expresa por medio de una serie de pinceladas que, vistas de cerca, resultan inconexas, pero contempladas a la debida distancia nos ofrecen la más cumplida apariencia de la realidad. Es casi impresionista.

De un dibujo casi escultórico pasa a  la ejecución “alla prima”, sin dibujo previo y creando formas a base de manchas (precedente de la técnica impresionista). A veces mezcla ambas técnicas para crear efectos. De un gran interés por la nitidez y la plasmación de las calidades de los objetos (bodegones) se pasa a la necesidad de plasmar los efectos atmosféricos y la perspectiva aérea, es decir, a “pintar el aire”.

Los personajes populares, vulgares e incluso feos son protagonistas de muchas de sus obras, del mismo modo que los personajes aristocráticos, bellos e idealizados, sin embargo, los primeros están tratados siempre con una gran humanidad, sin sombra de burla.

La temática de Velázquez es muy variada (religiosa, retrato, bodegón, paisaje, erótico, mitología, alegoría, pintura histórica, etc.). Esta variedad, extraña en la pintura española del siglo XVII es posible gracias a la posición especial de Velázquez como pintor de corte.

OBRAS DE JUVENTUD (1617-1623).- Es la época de sus bodegones, de composiciones muy sencillas, con dos o tres personajes de medio cuerpo en torno a una mesa. La luz en estos lienzos es violenta, típicamente tenebrista, el dibujo nítido casi escultórico, el colorido oscuro, los rostros y manos bronceados.
Vieja friendo huevos (1618): Esta escena de género encubre un elaborado bodegón en el que el pintor demuestra su dominio de las calidades. Las figuras se recortan contra el fondo oscuro nítidamente gracias a un foco de luz direccional que viene de la izquierda.
Aguador de Sevilla (1623): También es una escena de género con un bodegón. Se ha querido ver en esta obra una alegoría de las tres edades del hombre. El personaje del fondo está desdibujado lo que muestra el temprano interés de Velázquez por la perspectiva aérea.
Adoración de los Magos ( 1619): En esta obra tenebrista  el pintor mezcla el tema religioso con el retrato, pues utiliza como modelos a sí mismo, a su mujer, su hija y su suegro Pacheco. La familia del pintor está unificada y resaltada por una diagonal de luz compositiva.
Jesús en Casa de Marta y María (1620): Nuevamente nos encontramos con un tratamiento equívoco del tema religioso, a la manera manierista, pues Cristo, Marta y María, el presunto tema principal, se sitúa en una ventana de perspectiva, mientras que el primer plano lo ocupa una escena de género y un bodegón.

PRIMERA ETAPA MADRILEÑA (1623-1629).Cuando llega a Madrid se convierte en retratista de la Corte. De esos retratos, el más antiguo, más tenebrista, es el del  Infante don Carlos.(1624) Tiene naturalidad, elegancia sin afectación, nobleza de expresión, gravedad. En el Felipe IV (1626), posterior, las sombras del tenebrismo casi desaparecen. Este período se cierra con El triunfo de Baco o los borrachos (1626), en que el tema mitológico es interpretado en ese plano esencialmente humano. La iluminación es todavía de violento claroscuro y los rostros de los adoradores de Baco no son nada heroicos; son rostros típicos del barroco. Además el pintor juega con el espectador mediante un artificio, pues dos de los borrachos nos miran desde el cuadro como si nosotros les hubiéramos sorprendido. La captación del instante fugaz es uno de los elementos más destacables de esta obra.

OBRAS DE MADUREZ (1629-1649).‑ El contacto con Rubens y su primer viaje a Italia (1629) contribuyen poderosamente a su transformación.
De esta época son La fragua de Vulcano (1630) y La túnica de José. El tenebrismo ha desaparecido y la precisión de la forma comienza a ceder ante el interés por la perspectiva aérea y por la técnica impresionista. Representa el momento en que Apolo descubre a Vulcano la infidelidad de su esposa. Velázquez, manteniéndose en ese plano de buen gusto, tan elegante, lo centra en el efecto que la noticia produce en el marido burlado.

En este período se le encarga una serie de grandes cuadros con las gestas de los ejércitos españoles que decorarían el Salón de los Reinos del Buen Retiro. Fue un encargo del Conde-Duque para halagar la vanidad del monarca.

De estos cuadros se debe destacar La rendición de Breda (1635). Representa el momento en que Justino de Nassau se rinde ante Ambrosio de Spínola. La elegancia propia de Velázquez hace que el español esté con un gesto afable y caballeroso ante el vencido, como elogiando su valor. Para la composición de la parte derecha, parece que se inspiró en el Expolio de El Greco. Esa masa de personajes es alzada por las lanzas que ascienden y que compensan visualmente la carencia de esos personajes en la zona izquierda. El amplísimo fondo de verdes y azules plateados es uno de los paisajes más hermosos de toda la historia de la pintura.

También para ese palacio eran los cuadros ecuestres de Felipe IV,(1636)  representa al monarca sobre el caballo en corveta (el caballo apoyado en sus patas traseras) actitud que gustaba a los barrocos, el de Baltasar Carlos (1636) en un violento escorzo, de la reina Margarita de Austria o el del Conde-Duque de Olivares(1634) Las tintas plateadas, malvas, grises y azulados de los paisajes de todos estos cuadros, y la maestría de la perspectiva aérea en los fondos declaran el gran avance del pintor.

A esta misma época pertenecen los, espléndidos retratos de Felipe IV (1634), el infante don Fernando (1636), Baltasar Carlos (1636), todos con atuendos de cazadores dándole ocasión para regalarnos hermosos paisajes del Guadarrama y para revelarnos sus excepcionales dotes de pintor de perros.

Es la época de los bufones: El niño de Vallecas (1636), Calabacilla (1632), Sebastián Morra (1643) de menor tamaño y los presenta sentados, tratando de darles dignidad.

SEGUNDO VIAJE A ITALIA (1649-1651). En 1649 viaja a Italia donde permanece hasta 1651. Viaja a Venecia, Milán, Florencia y Nápoles donde conoce a Ribera.

La Venus del espejo (1648) originalísima composición de uno de los pocos desnudos femeninos del Barroco español.

El espléndido Inocencio X (1650) con gran estudio sicológico del personaje y con una gran gama de rojos.

Pintó así mismo varios retratos a diferentes personajes entre los que destaca el retrato de Juan de Pareja.

No podemos terminar sin mencionar lo pintado tras su segundo viaje a Italia, como son sus paisajes de Villa Medicis (1649), cuya técnica lo convierte en uno de los prototipos del impresionismo del XIX. (Sobre estos cuadros existe la polémica de cuándo los pintó, en el primer o en segundo viaje a Italia)

ULTIMO PERIODO MADRILEÑO ( 1651-1660)

En 1656 pinta Las Meninas. Es el retrato de la infanta Margarita atendida por sus meninas Dª Agustina Sarmiento, que le ofrece de rodillas una bebida y de Dª Isabel de Velasco. Completan el grupo, en segundo término, Dª Marcela de Ulloa y un guardadamas, y en primer plano los enanos Maribárbola y Pertusato. Al fondo, en la puerta aparece José Nieto, mientras en el espejo se ve a Felipe IV y a Dª Mariana que están posando para el pintor en el lugar que está el espectador. Pinta lo que está fuera del cuadro.

Como queda dicho, el valor esencial de este cuadro, a pesar de los extraordinarios retratos que contiene, es el de su perspectiva aérea hasta ahora insuperada. Hay dos focos de luz (diopsia).

También decir que en sus Las Hilanderas o el mito de Aracne (1657), de tema mitológico, la perspectiva conseguida es tan importante como en las propias Meninas. Consigue que exista aire entre los diferentes personajes y las diversas profundidades.

La Escuela Madrileña tuvo muchos representantes en la segunda mitad del siglo XVII. El más grande, sin lugar a dudas fue CLAUDIO COELLO (1642-1693). Éste fue pintor de Corte de Carlos II, y entre sus obras tenemos que destacar la Adoración de la Sagrada Forma de El Escorial, en la que retrata al propio rey de p

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